Hace falta un giro copernicano
En 1543, el astrónomo polaco Nicolás Copérnico publicó la obra en la que ponía en cuestión que el Sol girara alrededor de la Tierra, sosteniendo que era la Tierra la que giraba alrededor del Sol. Con ello, Copérnico llevó a cabo una revolución histórica del pensamiento.
Necesitamos hoy un cambio similar de nuestra concepción del mundo. La cuestión ahora no es cuál de los cuerpos celestas gira sobre el otro, sino si el medio ambiente es parte de la economía o la economía es parte de él. Los economistas ven el medio ambiente como un subconjunto de la economía. Los ecologistas ven la economía como un subconjunto del medio ambiente.
Como ocurría con las viejas concepciones de Ptolomeo, las ideas de los economistas no ayudan a comprender el mundo de nuestros días, porque se está defendiendo la visión de una economía que no está sincronizada con el ecosistema del que depende. La teoría económica y los indicadores económicos no explican cómo la economía está alterando y destruyendo los sistemas naturales. No explican por qué se funde el hielo del Ártico, ni por qué hay praderas que se convierten en desiertos en el noroeste de China, ni por qué están desapareciendo los arrecifes de coral en el Pacífico sur, ni por qué se han agotado los caladeros de bacalao en Terranova. Tampoco explican por qué nos encontramos en los primeros estadios del mayor fenómeno de desaparición de especies desde los dinosaurios hace 65 millones de años.
Estas tendencias, que indican una relación progresivamente más tensa entre la economía y el ecosistema de la Tierra, están cobrándose un precio cada vez mayor, que puede ser abrumador para el progreso y empujarnos a la decadencia económica.
Si el funcionamiento del subsistema, es decir, de la economía, no es compatible con el comportamiento del sistema más general, es decir, del ecosistema terrestre, ambos padecerán las consecuencias. Los sucesos recientes en los sistemas económico y financiero nos llevan a preguntarnos si no estaremos empezando a ver los efectos de un desbordamiento de la base natural de la economía. Cuanto más se desarrolle la economía en relación con el ecosistema y cuanta más presión ejerza sobre los límites naturales de la tierra, más destructiva será esta incompatibilidad. El reto de nuestra generación es invertir estas tendencias antes de que el deterioro ambiental lleve a una decadencia económica a largo plazo, como ocurrió con tantas civilizaciones anteriores.
Una economía ambientalmente sostenible requiere que los principios de la ecología proporcionen el marco de formulación de toda política económica y que economistas y ecologistas trabajen juntos para planear la nueva economía. Los ecologistas comprenden que toda actividad económica, y la vida, de hecho, dependen del ecosistema del planeta, es decir, del conjunto de especies individuales que interactúan entre sí y con su hábitat físico. Las especies existen en un equilibrio complejo, interrelacionadas entre sí por cadenas alimenticias, ciclos nutritivos, el ciclo hidrológico y el sistema climático. Los economistas tienen los conocimientos para traducir estos objetivos en políticas. Los economistas y los ecologistas pueden planear y poner en marcha una economía ecológica, una economía que pueda sustentar de manera duradera el progreso.
Del mismo modo que el reconocimiento de que la Tierra no era el centro del sistema solar sentó las bases de los progresos de la astronomía, la física y las ciencias afines, reconocer que la economía no es el centro de nuestro mundo creará las condiciones para hacer duradero el progreso económico y mejorar la condición humana. La radical diferencia que existía entre la visión del mundo de Ptolomeo y la de Copérnico es la que hay hoy entre economistas y ecologistas.
Los ecologistas, por ejemplo, están preocupados por los límites, mientras que los economistas tienden a no reconocer limitación de ningún tipo. Los ecologistas, que adoptan el modelo de la naturaleza, piensan en ciclos, mientras que los economistas tienen tendencia a pensar de manera lineal o curvilínea. Los economistas profesan una fe ciega en el mercado, mientras que los ecologistas suelen errar a la hora de valorar adecuadamente el mercado.
No han podido ser mayores las diferencias entre economistas y ecologistas sobre su percepción del mundo que en el arranque del siglo XXI. Los economistas se fijaron en el crecimiento sin precedentes de la economía mundial y de los intercambios comerciales y las inversiones internacionales y pronosticaron un futuro esperanzador con más de lo mismo. Con justificado orgullo, tomaron nota de la expansión experimentada por la economía, que había hecho que se multiplicara por siete la producción de bienes y servicios desde 1950 al año 2000 y que el nivel de vida se elevara a cotas jamás soñadas.
Los ecologistas analizaron ese mismo crecimiento y llegaron a la conclusión de que era resultado de quemar cantidades inmensas de combustibles fósiles a precios artificialmente baratos, un proceso que desestabiliza el clima. Lo que veían en el futuro eran olas de calor más intenso, tormentas más destructivas, la fusión de los hielos y subidas del nivel del mar que harían retroceder la superficie terrestre. Mientras que los economistas vieron unos magníficos indicadores económicos, los ecologistas vieron una economía que está modificando el clima con consecuencias inimaginables.
Los ecologistas sienten menos veneración por el mercado porque ven un mercado que no dice la verdad. Cuando se compra un litro de gasolina, por ejemplo, los consumidores pagan lo que cuesta extraer el crudo de la tierra, refinarlo para transformarlo en gasolina y transportarlo a la gasolinera que tienen más próxima. No pagan, sin embargo, el coste de la atención sanitaria para tratar las enfermedades respiratorias que causa la contaminación del aire o los costes de las alteraciones climáticas.
Hemos montado una economía que entra en conflicto con sus sistemas de mantenimiento, una economía que está agotando a gran velocidad el capital natural del planeta, que está encauzando la economía global por un camino ambiental que conduce a la decadencia económica. Es esencial una relación estable entre la economía y el ecosistema de la tierra si se pretende que el progreso económico sea sostenido.
Aunque a muchos les parezca radical que la economía deba integrarse en la ecología, se va imponiendo la evidencia de que éste es el único planteamiento que refleja la realidad. Cuando las observaciones dejan de sustentar la teoría, es que ha llegado el momento de modificar la teoría; lo que el historiador de las ciencias Thomas Kuhn denomina un cambio de paradigma. Si la economía es un subconjunto del ecosistema de la tierra, la única formulación de política económica con posibilidad de éxito será la que respete los principios de la ecología.
El actual modelo económico industrial no es capaz de sustentar el progreso económico. En nuestros miopes esfuerzos por sostener la economía global tal y como está estructurada, estamos agotando el capital natural de la Tierra. Perdemos un tiempo precioso preocupándonos por nuestros déficits económicos cuando sin embargo son los déficits ecológicos los que amenazan nuestro futuro económico a largo plazo. Los déficits económicos son lo que nos prestamos entre nosotros; los déficits ecológicos son lo que les estamos quitando a futuras generaciones. Lester R. Brown.
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Carpe diem,
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